Como cada lunes por la mañana, Àngels, Dul y Núria se reunen en una de las salas de voluntarios del Hospital Sant Joan de Déu para comentar la lista de pacientes que vistarán y concretar su plan de acción de la semana. La visita de las musicoterapeutas, que forman parte de la Asociación Ressó, es uno de los momentos más esperados por los pacientes con una hospitalización de larga duración o que siguen tratamientos continuados en el tiempo y durante largos periodos. Y es que mediante la entrada de la música en los hospitales se busca «paliar el estrés que puede provocar el ingreso en el niño», señala Nuria.
Con este fin, estas tres musicoterapeutas invierten 17 horas y media semanales en el Hospital Sant Joan de Déu, las cuales se concretan principalmente en visitas individualizas en sus habitaciones a los pacientes que permanecen hospitalizados durante una larga temporada. «Son sesiones de unos 20 minutos e intentamos personalizarlas según la edad, la enfermedad, los gustos y preferencias del paciente…», explica Àngels, quien aclara que «nosotras sólo somos el hilo conductor de estas sesiones y lo que pretendemos es que el niño haga de músico, con la colaboración de su familia».
Así, cuando se trata de un niño pequeño, tras cantarle la canción de saludo personaliza con su nombre, llevan a cabo con él juegos rítmicos con las manos y los intrumentos, «lo que les obliga a concentrarse y ello les permite evadirse», cantan canciones acompañadas con esos intrumentos o bien explican un cuento musical con efectos sonoros. En el caso de los pacientes adolescentes, trabajan más la improvisación de músicas con diferentes ritmos y si se tercia, le preparan su canción favorita con una letra personalizada.
Así, siempre en pareja, las musicoterapeutas, acompañadas por su carro de instrumentos de lo más variopintos y originales, visitan una a una las habitaciones de aquellos niños que, por su estado de salud, pueden recibir ese día una sesión muy especial que ayuda a levantar el ánimo.
«Nosotras no curamos pero hacemos tratamiento de soporte», indica Dul, quien destaca que «cuando el estado de ánimo es positivo, el paciente se enfrenta al tratamiento y la hospitalización de otra manera y eso repercute también en la familia». Algo que está constatado con datos. «Cuando visitamos a los pacientes visualmente comprobamos que en en la máquina de las constantes baja la frecuencia cardíaca y, paralelamente, baja la saturación de oxígeno», asegura Nuria.
Esta actividad también se realiza en la planta de maternidad, donde los padres participan muy activamente. Ellos, junto con las musicoterapeutas, son los encargados de cantar canciones al bebé y tocar instrumentos, sobre todo graves ya que contribuyen a reducir la contamianción acústica. Y de nuevo, en este caso, los resultados están demostrados. «En 2010 se hizo un estudio de observación sobre el efecto de la musicoterapia sobre los bebés cuando éstos estaban en brazos de sus padres. Se observaron las constantes y el nivel de saturación de oxigeno del crío antes, durante y después de la sesión y se comprobó que durante la sesión las constantes bajaban y la saturación subía y que este efecto se mantenía a posteriori». explica Nuria.
Un catalizador
El Hospital de Día, al que acuden niños que reciben tratamiento durante largas temporadas, también recibe la visita de Àngels, Nuria y Dul con su carrito de instrumentos, quienes asimismo trabajan en el departamento de salud mental, pero en este caso de forma colectiva. Así, durante los diez años que lleva en marcha el proyecto, cerca de 7600 niños se han podido beneficiar de los efectos beneficiosos de la musicoterapia gracias a las casi 14 mil intervenciones que se han realizo en Sant Joan de Déu durante este tiempo, a lo largo el cual las terapeutas han recogido anécdotas de todo tipo que constatan que la música despierta el ánimo de las personas que se encuentran en un entorno hospitaliario. «Muchas veces, cuando un niño sale de la UCI y está bajo los efectos de la sedación nos llaman porque en ese momento no conectan y a través de las canciones se pueden rescatar, ya que es algo que siempre tienen guardado en su cerebro», relata Núria, quien sin embargo destaca que una de las experiencias más impactantes fue la de la reacción a la música de una niña con Síndrome de Rett. «Cuando entramos en su habitación, su padre nos dijo que no perdiéramos el tiempo porque la niña no hacía nada, sin embargo nostras empezamos a cantar y tocar y ella se puso a bailar e intentó cantar», recuerda Nuria, quien añade: «Ni su padre se lo podía creer».
«Tico quiere cantar»
Pau tiene 12 años pero la enfermedad que padece hace que su conducta se asemeje a la de un niño de unos 3 años. Es un chico extrovertido, alegre y entusiasta pero ese estado de ánimo es difícil de mantener cuando llevas una larga temporada hospitalizado. La visita de las musicoterapeutas es para él una inyección de moral, fuerza y entusiasmo. «Tico quiere cantar», señala Pau dirigéndose a Nuria. Tico es su perro de peluche, su gran apoyo, del que nunca se separa y al que a veces utiliza para expresar sus sentimientos o pensamientos. Empieza la sesión. Primero toca cantar la canción de saludo personaliza con el nombre de Pau y Tico y a contunación el niño hace su petición: una canción en la que él debe acompañar la música con el sonido de un tambor y una pandereta. Hay que coordinar y estar bien atentos y Pau cumple con su misión a la perfección. Disfruta, juega, sonríe. Su madre lo confirma. «Pau disfruta mucho con estas sesiones porque le gusta la gente, el movimiento y el jaleo».